miércoles, 20 de junio de 2007

ARTIGAS SIUE VIVO EN CADA ORIENTALITO QUE ESTA NACIENDO


ARTIGAS SIGUE VIVO
“En cada orientalito que está naciendo”

A Artigas muchas veces se le recuerda por cierto breviario que, aunque síntesis importante, no logra llevarnos a la comprensión global de su pensamiento revolucionario.
Más allá de su “Clemencia para los vencidos”, o “mi autoridad emana de vosotros y ellas cesa ante vuestra presencia soberana”, la gran gesta emancipadora del Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres no cabe en cien ni en mil de estos pensamientos.
A medida que se pone en cuestión la elección por parte del Poder Ejecutivo de designar de ahora en adelante el 19 de junio, como día de la reconciliación nacional y del “nunca más hermanos contra hermanos”, el interés y la necesidad de ahondar en el pensamiento y la acción artiguista se acrecienta notablemente.

Para nosotros las llamadas de los oyentes y no solamente las que salen al aire, sino también otra mayor cantidad de comunicaciones que establecen el diálogo día y noche, son siempre un medidor y una ayuda muy influyente sobre el rumbo de nuestro trabajo.
Precisamente se indica en este diálogo el permanente interés por conocer más en profundidad sobre el nacimiento del Prócer de la Patria.

De más está decir que no somos nosotros precisamente los más indicados para esclarecer a la gran familia de la Centenario sobre la historia nacional y la epopeya artiguista.
Compañeros historiadores y universitarios, serían los idóneos y quienes hablarían con mayor derecho y responsabilidad sobre aquellos hechos trascendentales.
Sin duda a medida que se acerque la fecha del nacimiento de José Artigas contaremos con la participación y la ayuda invalorable de quienes les corresponde aportar los datos históricos verdaderos y necesarios para el conocimiento de nuestros amigos de la radio.
Mientras tanto, es un deber nuestro intentar aportar lo que esté a nuestro alcance en esta oportunidad como en tantas otras, y en la mayoría de los temas que encaramos normalmente.

Hablar del nacimiento de José Artigas implica referirse previamente al marco social de aquella época, a sus personajes principales, a la economía y las clases sociales del momento histórico.
Documentan algunos materiales históricos sobre el “Padrón de los solares distribuidos entre los pobladores de Montevideo por Pedro Millán en el que constan las circunstancias que han de observarse al respecto en todo tiempo así como la distribución expresada”.
Diciembre 24 de 1726.

“Siendo lo primero que ahora ni en ningún tiempo puedan pretender los vecinos y pobladores acción particular a los ganados vacunos que pastan en la jurisdicción que dejó señalada á esta ciudad respecto de no haber sido procreados a expensas de ninguno de los pobladores sino que halla de ser y sea común para todos el aprovechamiento de él en tal manera que ninguno ha de ser osado a salir a campaña a hacer faenas de recogida ni matanza de dichos ganados, faenas de corambres ni otras sin expresa licencia de la persona que para concederla tenga facultad conferida por su Excelencia u otro Señor Gobernador en su tiempo”.

“Que los pastos, montes, aguas y frutas silvestres hayan de ser comunes aunque sean tierras del señorío”.

“Y en tal manera que ninguno pueda impedir á otro el corte de la leña y maderas necesarias para ser fábricas habiéndolas de cortar con licencia del superior que debiera darla”.

“Y luego a su linde calle real en medio siguiendo siempre la rivera del Puerto hacia la batería, se sigue la cuadra del número cuarto que también fue delineada por el capitán ingeniero y repartida Juan Antonio Artigas con decreto del Señor Gobernador”.

“Las calles que quedan delineadas les es señalado y dado doce varas de ancho y en las que se aumentaren de aquí en adelante han de tener lo mismo por que la ley referida ordena que en las tierras frías sean las calles anchas y donde hubiese caballos. Conviene así para su defensa y respecto de que esta tierra es sumamente fría y que todo su trajín se compone de caballos y carretas por una y otra razón he resuelto sean las calles de doce varas de ancho. También declaro que aunque las cuadras de la población de Buenos Aires se componen de ciento y cuarenta varas en cuadro; respecto de tener otras tantas cuadras que hallé medidas por el capitán ingeniero y ya pobladas en la rivera del Puerto como va declarado en este padrón, y darles al resto de las cuadras más o menos cantidad se encontrarían con las calles sin venir derechas como se requiere”.

“Y luego á su linde ha de entrar Juan Antonio Artigas con otras cuatrocientas varas”

“Y todas estas suertes corren sus frentes sobre el arroyo como las demás, van seguidas arroyo arriba y entre suerte y suerte han de quedar los abrevaderos de doce varas de ancho como está dispuesto y se previene que todos los repartimientos son y han de ser debajo de la pena de perderlos que así se les repartiere si dentro de tres meses no tuviesen las tierras y solares edificadas y labradas para las sementeras y plantíos como se previene en la ley en ese libro cuarto título doce de las de Indias y ese Término de tres meses ha de correr desde el día que se les haga saber después que sea aprobado este repartimiento por el Señor Gobernador y Capitán General de esta Provincia”.
Montevideo enero 18 de 1730.

“Y luego á su lindero cuatrocientas Varas para el capitán Juan Antonio de Artigas Alcalde de la Santa Hermandad”.
Archivo General de la Nación, Padrón de los primeros pobladores Libro 2 año 1730, figura como original.

Juan Antonio Artigas, soldado de caballería instalado probablemente en 1725. Era natural del Pueblo de Albortón en Zaragoza. Sirvió durante la guerra de Sucesión y había llegado a Buenos Aires en 1616 donde contrajo matrimonio con Javiera Carrasco. Fue el abuelo de nuestro Prócer don José Artigas.

El 12 de diciembre de 1724, por los días en que Freitas da Fonseca estaba instalado en Montevideo, el Rey don Felipe V aprobaba en España el primero de los contratos que celebrara con la empresa naviera de don Francisco de Alzaybar y don Cristóbal de Urquijo.
De acuerdo al mismo los armadores quedaban autorizados a conducir mercaderías al puerto de Buenos Aires en cuatro navíos de mil toneladas durante cuatro años y a cambio de ello se obligaban a transportar gratuitamente a oficiales, funcionarios y misioneros que enviara la Corona, además de armas y municiones y a traer a España de regreso los caudales de la real Hacienda. El 10 de abril de 1725, antes de la partida de los primeros barcos y ya enterado de la expulsión de los portugueses, el Rey comunicó a Zabala que le enviaría 400 soldados de caballería e infantería con destino a Buenos Aires y cincuenta familias canarias y gallegas para poblar Montevideo.

El conflicto que España mantuvo con Inglaterra aplazó entonces en un año el cumplimiento de este proyecto y, una vez solucionado, se decidió que las cincuenta familias fueran reclutadas en Canarias a fin de abaratar el costo del transporte. El 11 de abril de 1726 se celebró un nuevo convenio entre la Corona y los armadores Alzaybar y Urquijo, por el cual se ajustaban los detalles del transporte de las primeras familias en un barco de 121 toneladas y se disponía que los restantes irían en otros navíos cuya partida estaba prevista.
Se fijó el pasaje de cada viajero a cargo de la real Hacienda en ochenta pesos escudos de plata.

El 9 de agosto fondeó en el puerto de Santa Cruz el aviso “Nuestra Señora de Encima”, alias “La Bretaña” de 24 cañones al mando del capitán vizcaíno Zamorategui. El 6 del mismo mes subieron a bordo veinticinco familias de cinco miembros cada una, pero el capitán aduciendo que era un cargo de conciencia conducir una expedición desproporcionada con la capacidad del buque a tan dilatado viaje, solicitó que la primitiva se redujera a dieciséis familias. Las autoridades de tierra admitieron las razones pero discreparon en cuanto al número autorizado al capitán a desembarcar cinco familias, con lo cual el 21 de agosto el aviso levó anclas, desplegó su velamen y puso proa al Río de la Plata conduciendo las veinte familias y sus respectivos petates, áreas y avíos.

Tres meses después, el 19 de noviembre de 1726, como hemos dicho, “saltaron en tierra” en el puerto de Montevideo. Guarecidos en tiendas de cueros y estacas aguardaron a que Millán les asignara los solares donde debían edificar sus casas.

La guerra estallada con Inglaterra inmediatamente luego de la partida de Canarias de esta primera expedición aplazó la realización del segundo viaje, pero la paz de El Pardo firmada en marzo de 1728, permitió reanudar los preparativos. Fue así que a fines de diciembre de ese mismo año partió de España, rumbo a las islas Canarias, una flotilla compuesta por los navíos San Francisco de 70 cañones, San Bruno de 50 y San Martín de 30 bajo el mando del propio Alzáybar. En el primero venían embarcados 400 soldados destinados al servicio de Buenos Aires y Montevideo, los cuales, durante la escala en Tenerife, al conocer el destino a que eran enviados, intentaron sublevarse. En el tercero fueron embarcadas las familias pobladoras. En los tres viajaban religiosos, jesuitas y franciscanos y un fraile dominico. Uno de ellos el padre Caetano Cattáneo que viajó en el San Bruno relató el viaje y su estadía en Montevideo en varias cartas que escribiera.

El 31 de enero de 1729 zarparon los tres buques rumbo a Montevideo, navegando en conserva, pero a la altura de las islas de Cabo verde el San Martín se perdió de vista y ya cerca de Castillos, según cuenta el padre Cattáneo otro tanto pasó con el San Francisco.
La travesía fue muy penosa, debido al calor asfixiante de las cabinas y a la estrechez que debieron sufrir. “El agua que, según costumbre, se distribuía a cada uno, era escasísima, algunos pasajeros vendían a un soldado una camisa por tantos vasos de agua”.
Y en cuanto al bizcocho, un pan sin levadura que se cuece por segunda vez para que se enjugue y dure mucho tiempo, de uso corriente en embarcaciones y guarniciones militares, dice el mismo cronista.
“Era raro el pedazo que no contuviese algunos gusanos que moviéndose al partirlo y saltando sobre la mesa me ocasionaban no poca repugnancia y náuseas pero lo más penoso era la multitud increíble de pulgas, chinches y sobre todo piojos, que en este calor crecen sin número”.

El San Martín fue el primero en arribar a Montevideo, con los colonos canarios, el 27 de marzo de 1729. Cinco días más tarde lo hizo el San Francisco, y ocho días después de éste el San Bruno donde venía el padre Cattáneo. Dado que estas familias no fueron empadronadas por Millan, como hubiese correspondido, se ignora cuántas fueron. Cattáneo habla de treinta. Catorce años más tarde, el capitán don Francisco Gorriti confeccionó una nómina nada confiable en la que consignó los nombres de cuarenta y nueve colonos que se avecindaron antes del 1 de enero de 1730, pero todos ellos no provenían de Canarias.

¿Cuáles fueron los rasgos distintivos de la inmigración canaria?.
Dice el historiador Héctor R. Olazábal que contrariamente a las oleadas hispánicas de los primeros siglos, constituidas por conquistadores aventureros poseídos del afán de obtener oro y esclavizar indios, estos isleños eran gentes humildes, laboriosas y pacíficas, bien dispuestas para el trabajo de la tierra aunque llenos de fantasías acerca de las riquezas y oportunidades que el Río de la Plata les iba a brindar.
Los relatos de los marinos que regresaban a Europa desde estas tierras exageraban las riquezas y dones naturales existentes, y aunque eran ciertas la gran cantidad de ganados y la disponibilidad de enormes extensiones de tierras en la Banda Oriental, lo que no podían comprender los canarios era que en un medio como éste, desolado y agreste, habitado casi exclusivamente por indios indómitos, donde el comercio y las actividades industriales estaban prohibidos o gravemente limitados debido a la política económica de la Metrópoli, el ganado y la tierra sólo poseían un valor ínfimo no comparable con el que tenían en las Islas canarias o en cualquier región europea.

Muchos de los colonos eran muy humildes, como lo prueba el hecho de que Millán los proveyó de ropas a la llegada, “para repararlos de su desnudez”.
Azarola Gil sin embargo, dice que se debe tener en cuenta que la ropa se deterioraba en la travesía como consecuencia de las bruscas y copiosas lluvias tropicales. Ya vimos, además que se establecía un canje de prendas de vestir por vasos de agua, en la desesperación causada por la sed. Entre los inmigrantes se contaban familias de linaje conocido como los Vera Suárez y los Vera Perdomo, descendientes de los conquistadores españoles de las Islas Canarias, los Tejera o Texeyra y los Herrera y otras que gozaban de una situación económica desahogada como los Camejo y los Soto.

“Nada más humilde, dice Azarola que aquel núcleo fundador de la ciudad y progenitor de la sociedad en gestación. Sus elementos carecían de instrucción y de cultura, muchos de ellos no sabían leer ni firmar. Eran labriegos rudos, ignorantes y virtuosos; su misión consistía en alzar la casa, procrear hijos, sembrar granos, apacentar ganados y alejar a los indios”. Eran profundamente religiosos: “Sin lectura, sin vida cívica, sin conceptos políticos, los únicos aleteos espirituales se producían en torno a la Iglesia”, aunque también de acuerdo a la época su fe religiosa estaba impregnada de supersticiones y fanatismo. “Se creía ciegamente, afirma el autor, que vivían citando leyendas, apariciones, milagros y brujerías”, y es sabido que estos rasgos de carácter perduraron mucho tiempo, sobre todo en nuestra campaña.

La presencia de mujeres blancas en Montevideo estimuló el avecinamiento de varones, ayudó a vencer el temor al desierto y posibilitó el arraigo de este nuevo centro civilizador en la Banda Oriental. Ya esta función no la cumplirían solamente la Colonia de Sacramento, fundada en 1680 y Santo Domingo de Soriano reducción que, sin contar el periodo en que estuvo en la Isla de Vizcaíno databa de 1708.

Los indios Tapes construyeron las primeras fortificaciones. Estos si bien estuvieron en Montevideo durante algún tiempo ocupados en sus trabajos, nunca fueron pobladores, ya que su presencia era circunstancial, sin ánimo de permanencia y no gozaron de ninguna de las prerrogativas que se dieron a otros vecinos. Zabala los había hecho venir desde las Misiones con el fin de reforzar su ejército en 1724, para la tarea de desalojar a los portugueses.
Llegados en compañías de dos religiosos cuando ya los lusitanos se habían retirado sin lucha, fueron empleados, en las tareas de construcción de fortificaciones. Ellos levantaron también las cabañas provisionales para alojar a las familias canarias y dice el padre Cattáneo que estaban “los pobres indios sin casa ni techo, expuestos después de sus fatigas al agua y al viento, y sin un centavo de salario, sino sólo con el descuento del tributo que deben pagar”.

La modalidad de estos indios evangelizados era totalmente opuesta a la de los charrúas, como lo demuestra el hecho narrado por el mismo Cattáneo. Según dice, uno de ellos se negó un buen día a trabajar. Irritado el Comandante de la fortaleza ordenó a los soldados que lo pusieran en prisión. El indio, al oír prisión, palabra cuyo significado conocía, montó a caballo y preparando arco y flechas amenazaba a quienes se les acercaran. Procurando el comandante evitar la irritación de los demás indígenas no ordenó matarlo, como hubiera podido, sino que acudió al fraile misionero.

“Vino el padre y con pocas palabras que le dijo lo hizo desmontar del caballo y dejar el arco y las flechas. Induciéndolo después con buenas maneras y amorosas palabras a recibir algún castigo por su falta, echólo tender en tierra, le hizo dar 24 azotes con asombro de los soldados, al ver que el que poco antes no temía la boca de los arcabuces, se rindiese después tan pronto a sólo las palabras del misionero”.

La Plaza construida por los indios Tapes es fuerte, su Ciudadela rodeada por ancha cintura de hierro y piedra y erizada de cañones es una atalaya de Buenos Aires, la ciudad confiada y extendida hacia las llanuras infinitas.
Este año de 1764 muestra su misma faz de siempre, inalterable a todo ritmo o espectáculo con su serenidad aldeana, sus perros vagabundos por las calles, sus hombres emponchados al paso de sus lentas cabalgaduras, sus tranquilas discusiones, pocas veces estocadas, por triquiñuelas de militares o regidores o andanzas de traficantes.
En los límites de la jurisdicción de su plaza, en este mes agrisado de junio acaba de nacer en casa si no humilde tampoco de oropel, como la de un Viana, un nieto del fundador de Montevideo Antonio Artigas, hijo del regidor Martín José Artigas, sin que suceso alguno conmoviera la tranquilidad aldeana en este invierno duro como pocos.

El Archivo de la Parroquia de la Inmaculada Concepción y de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago de Montevideo, Libro de Bautismo de la Iglesia Matriz Libro 1 Año 1967 Folio 209 dice lo siguiente:

“(Montevideo, junio de 1764)
/ Día diez y nueve de junio de mil setecientos sesenta y quatro nació Josef Gervasio, hijo legítimo de Don Martín Josef Artigas y de Doña Francisca Antonia Arnal vecinos de esta Ciudad de Montevideo y yo el Doctor Pedro García lo bautizé, puse oleo y chrisma en la Iglesia Parroquial de dicha ciudad el veinte y uno del expresado mes y año.
Fue su Padrino Don Nicolás Zamora.
Don Pedro Díaz.”


ES SÓLO UNA PARTE DE LA HISTORIA DEL PUEBLO ORIENTAL.
SOLAMENTE CONOCIENDO NUESTRA HISTORIA PODREMOS INTERPRETAR LA REALIDAD DEL PRESENTE.

EN ESTA SOCIEDAD DE 1776 NACÍA EL PRÓCER DE LA PATRIA Y EN ELLA CONSTUIRÍA SU CARÁCTER Y ESPÍRITU DE LIBERTAD Y JUSTICIA.
CUANDO CAMPEABAN LAS INJUSTICIAS DE LA ESCLAVITUD, LA MONARQUÍA, Y EL OROPEL.

Afirma el historiador Orestes Araujo en su libro “Historia de la Escuela uruguaya” lo siguiente:

“Al establecer Artigas su campamento en la meseta que desde entonces lleva su nombre, frente al paraje del río Uruguay llamado el Hervidero, no se olvidó de dotar a la “Purificación” de su correspondiente escuela, entregando la dirección de ésta a fray José Benito Lamas. Igualmente necesitó cuatro docenas de cartillas para atender la enseñanza de estos jóvenes y fundar una escuela de primeras letras en esta nueva población, decía “La educación de la juventud aún allí mismo, entre las gravísimas atenciones militares del caudillo, constituía su preocupación y demostraba el carácter que quería imprimir a la naciente población” agrega el historiador.

“La fundación de este centro de enseñanza es tanto más plausible, cuanto que la “Purificación no fue un núcleo de población estable de carácter civil, sino un campamento militar, con ribetes de presidio y pretensiones de colonia agrícola indígena”.

“Es sensible que no se tengan más datos al respecto de esta escuela, cuya organización, funcionamiento, discípulos, local y mobiliaria serían dignos de estudio, ignoramos también quien substituyó al Padre Lamas después que éste la abandonó para trasladarse a Montevideo o si fue totalmente suprimida. De todos modos, aunque este establecimiento no influyera en la cultura general del pueblo, siempre demostraría un buen deseo de Artigas en pro de la instrucción de la infancia, apartada por cualquier circunstancia de los centros urbanos que a la sazón existían”.

José María Pérez Castellano en su testamento, del 6 de enero de 1814 señala:
“Destino por mi última voluntad toda mi casa del pueblo, para que en ella se establezca una biblioteca pública empezando la colección de libros por los pocos que yo tengo míos, tanto aquí en la chacra como en la ciudad, siendo mi deseo que en esa biblioteca no se hallen jamás libros obscenos que corrompan las costumbres, ni libros impíos que los corrompan mucho más, haciendo escarnio de la religión y acarreando los males infinitos que actualmente nos afligen. Señalo para el bibliotecario pesos anuales sobre los alquileres de las piezas de la calle, quedando la restante para algunos reparos que se ofrezcan en la casa y para los dependientes que necesiten casa y biblioteca, para aseo y limpieza y para su conservación; pues todo lo que produzca la casa, fuera de la parte ocupada por el bibliotecario y sus dependientes y la misma biblioteca, es mi voluntad que se refunda en su conservación y adelantamiento”.

Dice por su parte Dámaso Antonio Larrañaga en Oficio al Cabildo de Montevideo el 4 de agosto de 1815:

“Hace mucho tiempo Excelentísimo señor que veo con sumo dolor los pocos progresos que hacemos en las ciencias y en los conocimientos útiles, en las artes y literatura, los jóvenes faltos de educación, los artesanos sin reglas ni principios, los labradores dirigidos solamente por una antigua rutina que tanto se opone a los progresos de la Agricultura, base y fundamento el más sólido de las riquezas de este país ¿Y cómo Excelentísimo señor podremos en gran parte remediar estos defectos?”.

“Faltos de maestros en todas estas ramas, y faltos de medios para hacerlos venir de afuera ¿qué otro recurso nos queda que el que nosotros mismos nos formamos? ¿Y no sería ésta una de nuestras mayores glorias, el que no debiésemos nuestra ilustración, sino a nosotros mismos?”

“Los libros, pues Señor son los que deben suplir por todo esto. Los talentos de nuestros americanos son tan privilegiados, que no necesitan sino de buenos libros para salir eminentes en todos los ramos. Pero no pudiendo todos procurárselos por sí mismos por falta de medios y aún de elección, en un país en que son tan escasos y de mucho precio, se hace necesario el establecimiento de una Biblioteca Pública, a donde puedan concurrir nuestros jóvenes y todos los que desean saber”.

“Para ello cuento con casi todos mis libros que ocupan dos grandes estantes, de todo género de literatura, reservando solamente los que me son de uso diario; cuento los de varios amigos que han aplaudido y acalorado mi proyecto; y cuento más que todo con la grande protección de Usted. Nada, pues falta para poder erigir este majestuoso templo a las Artes y Ciencias que el que Usted se digne sellarlo con su aprobación”.

“Por tanto a Usted encarecidamente pido y suplico quiera aprobar este establecimiento y tomado bajo su sabio y eficaz influjo, destinando para su locación un edificio a propósito, en el supuesto que me encargaré gratuitamente de la Dirección de la Biblioteca, a cuyo efecto será conveniente, que para suplir mis veces, se me permita proponer y nombrar un segundo que pueda ayudarme en esta empresa, que tanto debe honrar a Usted y ensalzar la reputación del pueblo en que va a erigirse; dignándose Usted al mismo tiempo de elevar mi súplica al Excelentísimo General en jefe de los Orientales, quien no dudo que devorado por su celo por los adelantamientos de sus paisanos, otorgará su superior beneplácito y proporcionará por su parte todos cuantos medios sean asequibles para la seguridad y permanencia del establecimiento”.

El 12 de agosto de 1815 en su Oficio al Cabildo Gobernador de Montevideo, Artigas señala desde Paysandú:
“Nunca es tan loable el celo de cualquier ciudadano en obsequio de su Patria como cuando es afirmado por votos reales que lo caracterizan. Tal es el diseño que Ustedes me presentan en el venerable cura y Vicario de esa ciudad el Presbítero Don Dámaso Larrañaga. Yo jamás dejaría de poner el sello de mi aprobación a cualquier obra que en su objeto llevase esculpido el título de pública felicidad. Conozco las ventajas de una Biblioteca pública y espero que Usted cooperará con su esfuerzo e influjo a perfeccionarla, coadyuvando los heroicos esfuerzos de tan virtuoso ciudadano. Por mi parte dará Usted las gracias a dicho paisano, protestándole mi más alta cordialidad y cuando depende de mi influjo por el adelantamiento de tan noble empeño”.

“Al efecto y teniendo noticia de una librería que el finado cura Ortiz dejó para la Biblioteca de Buenos Aires Usted, hará las indagaciones competentes, y si aún se halla en esa ciudad, aplíquese de mi orden a la nueva de Montevideo. Igualmente toda la librería que se halle entre los intereses de propiedades extrañas se dedicará a tan importante objeto. Espero que Usted contribuirá con su eficacia a invitar los ánimos de los demás compatriotas a perfeccionarlo y que no desmayará en la empresa hasta verla realizada”.

El 12 de agosto de 815 José Artigas escribía a Don Dámaso Larrañaga:

Señor Don Dámaso Larrañaga:
“Acaba de dirigirme ese Ilustrado Cabildo Gobernador la representación que Usted le ha hecho para el entable de una Biblioteca Pública. Ojalá cada uno de los paisanos propendiese con la misma eficacia a ser útil a su país. Acaso el empeño de Usted sea un estímulo a los demás y esto mismo los empeñe a multiplicar sus afanes en obsequio de la felicidad pública”.
“Con esta fecha digo a ese Gobierno fomente a usted en la posible para el logro de su establecimiento. Yo por mi parte no puedo ser insensible a ese acto de generosidad y por realizarlo cuente Usted con cuanto depende de mis facultades y con la cordialidad que le profesa su apasionado y servidor.
José Artigas 12 de agosto de 1815.

Rafael Algorta Camusso expresa:

“A las diez de la mañana del día 26 de mayo de 1816 estuvieron todas las escuelas guarneciendo las gradas de la pirámide y entonando los himnos de la patria hasta las doce, en cuya hora se dirigió al Excelentísimo Cabildo con su comitiva de ceremonia a autorizar el importante acto de la apertura de la Biblioteca Pública cuya obra a todo empeño se llevó al cabo para hacer más señalado su establecimiento. El salón de la librería ya colocada en magníficos estantes de cedro estaba primorosamente vestido de tapetes y cielo raso, en cuyo centro se veía pintado un hermosísimo sol en el subido punto de su esplendor y en sus extremos figuradas las fases de la luna. Luego que tomaron asiento las autoridades, al señor director del establecimiento, cura vicario general, digno del objeto y de su acreditada erudición, el cual será impreso a la posible brevedad. Los niños de la escuela pública cantaron el himno que sigue formado destinadamente para este efecto:

“Gloria al numen sacro
Del feliz Oriente
Que erige a Minerva
Altar reverente.

Afirma el historiador Orestes Araujo en su libro “Historia de la Escuela uruguaya” lo siguiente:

“Al establecer Artigas su campamento en la meseta que desde entonces lleva su nombre, frente al paraje del río Uruguay llamado el Hervidero, no se olvidó de dotar a la “Purificación” de su correspondiente escuela, entregando la dirección de ésta a fray José Benito Lamas. Igualmente necesitó cuatro docenas de cartillas para atender la enseñanza de estos jóvenes y fundar una escuela de primeras letras en esta nueva población, decía “La educación de la juventud aún allí mismo, entre las gravísimas atenciones militares del caudillo, constituía su preocupación y demostraba el carácter que quería imprimir a la naciente población” agrega el historiador.

“La fundación de este centro de enseñanza es tanto más plausible, cuanto que la “Purificación no fue un núcleo de población estable de carácter civil, sino un campamento militar, con ribetes de presidio y pretensiones de colonia agrícola indígena”.

“Es sensible que no se tengan más datos al respecto de esta escuela, cuya organización, funcionamiento, discípulos, local y mobiliaria serían dignos de estudio, ignoramos también quien substituyó al Padre Lamas después que éste la abandonó para trasladarse a Montevideo o si fue totalmente suprimida. De todos modos, aunque este establecimiento no influyera en la cultura general del pueblo, siempre demostraría un buen deseo de Artigas en pro de la instrucción de la infancia, apartada por cualquier circunstancia de los centros urbanos que a la sazón existían”.

José María Pérez Castellano en su testamento, del 6 de enero de 1814 señala:
“Destino por mi última voluntad toda mi casa del pueblo, para que en ella se establezca una biblioteca pública empezando la colección de libros por los pocos que yo tengo míos, tanto aquí en la chacra como en la ciudad, siendo mi deseo que en esa biblioteca no se hallen jamás libros obscenos que corrompan las costumbres, ni libros impíos que los corrompan mucho más, haciendo escarnio de la religión y acarreando los males infinitos que actualmente nos afligen. Señalo para el bibliotecario pesos anuales sobre los alquileres de las piezas de la calle, quedando la restante para algunos reparos que se ofrezcan en la casa y para los dependientes que necesiten casa y biblioteca, para aseo y limpieza y para su conservación; pues todo lo que produzca la casa, fuera de la parte ocupada por el bibliotecario y sus dependientes y la misma biblioteca, es mi voluntad que se refunda en su conservación y adelantamiento”.

Dice por su parte Dámaso Antonio Larrañaga en Oficio al Cabildo de Montevideo el 4 de agosto de 1815:

“Hace mucho tiempo Excelentísimo señor que veo con sumo dolor los pocos progresos que hacemos en las ciencias y en los conocimientos útiles, en las artes y literatura, los jóvenes faltos de educación, los artesanos sin reglas ni principios, los labradores dirigidos solamente por una antigua rutina que tanto se opone a los progresos de la Agricultura, base y fundamento el más sólido de las riquezas de este país ¿Y cómo Excelentísimo señor podremos en gran parte remediar estos defectos?”.

“Faltos de maestros en todas estas ramas, y faltos de medios para hacerlos venir de afuera ¿qué otro recurso nos queda que el que nosotros mismos nos formamos? ¿Y no sería ésta una de nuestras mayores glorias, el que no debiésemos nuestra ilustración, sino a nosotros mismos?”

“Los libros, pues Señor son los que deben suplir por todo esto. Los talentos de nuestros americanos son tan privilegiados, que no necesitan sino de buenos libros para salir eminentes en todos los ramos. Pero no pudiendo todos procurárselos por sí mismos por falta de medios y aún de elección, en un país en que son tan escasos y de mucho precio, se hace necesario el establecimiento de una Biblioteca Pública, a donde puedan concurrir nuestros jóvenes y todos los que desean saber”.

“Para ello cuento con casi todos mis libros que ocupan dos grandes estantes, de todo género de literatura, reservando solamente los que me son de uso diario; cuento los de varios amigos que han aplaudido y acalorado mi proyecto; y cuento más que todo con la grande protección de Usted. Nada, pues falta para poder erigir este majestuoso templo a las Artes y Ciencias que el que Usted se digne sellarlo con su aprobación”.

“Por tanto a Usted encarecidamente pido y suplico quiera aprobar este establecimiento y tomado bajo su sabio y eficaz influjo, destinando para su locación un edificio a propósito, en el supuesto que me encargaré gratuitamente de la Dirección de la Biblioteca, a cuyo efecto será conveniente, que para suplir mis veces, se me permita proponer y nombrar un segundo que pueda ayudarme en esta empresa, que tanto debe honrar a Usted y ensalzar la reputación del pueblo en que va a erigirse; dignándose Usted al mismo tiempo de elevar mi súplica al Excelentísimo General en jefe de los Orientales, quien no dudo que devorado por su celo por los adelantamientos de sus paisanos, otorgará su superior beneplácito y proporcionará por su parte todos cuantos medios sean asequibles para la seguridad y permanencia del establecimiento”.

El 12 de agosto de 1815 en su Oficio al Cabildo Gobernador de Montevideo, Artigas señala desde Paysandú:
“Nunca es tan loable el celo de cualquier ciudadano en obsequio de su Patria como cuando es afirmado por votos reales que lo caracterizan. Tal es el diseño que Ustedes me presentan en el venerable cura y Vicario de esa ciudad el Presbítero Don Dámaso Larrañaga. Yo jamás dejaría de poner el sello de mi aprobación a cualquier obra que en su objeto llevase esculpido el título de pública felicidad. Conozco las ventajas de una Biblioteca pública y espero que Usted cooperará con su esfuerzo e influjo a perfeccionarla, coadyuvando los heroicos esfuerzos de tan virtuoso ciudadano. Por mi parte dará Usted las gracias a dicho paisano, protestándole mi más alta cordialidad y cuando depende de mi influjo por el adelantamiento de tan noble empeño”.

“Al efecto y teniendo noticia de una librería que el finado cura Ortiz dejó para la Biblioteca de Buenos Aires Usted, hará las indagaciones competentes, y si aún se halla en esa ciudad, aplíquese de mi orden a la nueva de Montevideo. Igualmente toda la librería que se halle entre los intereses de propiedades extrañas se dedicará a tan importante objeto. Espero que Usted contribuirá con su eficacia a invitar los ánimos de los demás compatriotas a perfeccionarlo y que no desmayará en la empresa hasta verla realizada”.

El 12 de agosto de 815 José Artigas escribía a Don Dámaso Larrañaga:

Señor Don Dámaso Larrañaga:
“Acaba de dirigirme ese Ilustrado Cabildo Gobernador la representación que Usted le ha hecho para el entable de una Biblioteca Pública. Ojalá cada uno de los paisanos propendiese con la misma eficacia a ser útil a su país. Acaso el empeño de Usted sea un estímulo a los demás y esto mismo los empeñe a multiplicar sus afanes en obsequio de la felicidad pública”.
“Con esta fecha digo a ese Gobierno fomente a usted en la posible para el logro de su establecimiento. Yo por mi parte no puedo ser insensible a ese acto de generosidad y por realizarlo cuente Usted con cuanto depende de mis facultades y con la cordialidad que le profesa su apasionado y servidor.
José Artigas 12 de agosto de 1815.

Rafael Algorta Camusso expresa:

“A las diez de la mañana del día 26 de mayo de 1816 estuvieron todas las escuelas guarneciendo las gradas de la pirámide y entonando los himnos de la patria hasta las doce, en cuya hora se dirigió al Excelentísimo Cabildo con su comitiva de ceremonia a autorizar el importante acto de la apertura de la Biblioteca Pública cuya obra a todo empeño se llevó al cabo para hacer más señalado su establecimiento. El salón de la librería ya colocada en magníficos estantes de cedro estaba primorosamente vestido de tapetes y cielo raso, en cuyo centro se veía pintado un hermosísimo sol en el subido punto de su esplendor y en sus extremos figuradas las fases de la luna. Luego que tomaron asiento las autoridades, al señor director del establecimiento, cura vicario general, digno del objeto y de su acreditada erudición, el cual será impreso a la posible brevedad. Los niños de la escuela pública cantaron el himno que sigue formado destinadamente para este efecto:

“Gloria al numen sacro
Del feliz Oriente
Que erige a Minerva
Altar reverente.
Afirma el historiador Orestes Araujo en su libro “Historia de la Escuela uruguaya” lo siguiente:

“Al establecer Artigas su campamento en la meseta que desde entonces lleva su nombre, frente al paraje del río Uruguay llamado el Hervidero, no se olvidó de dotar a la “Purificación” de su correspondiente escuela, entregando la dirección de ésta a fray José Benito Lamas. Igualmente necesitó cuatro docenas de cartillas para atender la enseñanza de estos jóvenes y fundar una escuela de primeras letras en esta nueva población, decía “La educación de la juventud aún allí mismo, entre las gravísimas atenciones militares del caudillo, constituía su preocupación y demostraba el carácter que quería imprimir a la naciente población” agrega el historiador.

“La fundación de este centro de enseñanza es tanto más plausible, cuanto que la “Purificación no fue un núcleo de población estable de carácter civil, sino un campamento militar, con ribetes de presidio y pretensiones de colonia agrícola indígena”.

“Es sensible que no se tengan más datos al respecto de esta escuela, cuya organización, funcionamiento, discípulos, local y mobiliaria serían dignos de estudio, ignoramos también quien substituyó al Padre Lamas después que éste la abandonó para trasladarse a Montevideo o si fue totalmente suprimida. De todos modos, aunque este establecimiento no influyera en la cultura general del pueblo, siempre demostraría un buen deseo de Artigas en pro de la instrucción de la infancia, apartada por cualquier circunstancia de los centros urbanos que a la sazón existían”.

José María Pérez Castellano en su testamento, del 6 de enero de 1814 señala:
“Destino por mi última voluntad toda mi casa del pueblo, para que en ella se establezca una biblioteca pública empezando la colección de libros por los pocos que yo tengo míos, tanto aquí en la chacra como en la ciudad, siendo mi deseo que en esa biblioteca no se hallen jamás libros obscenos que corrompan las costumbres, ni libros impíos que los corrompan mucho más, haciendo escarnio de la religión y acarreando los males infinitos que actualmente nos afligen. Señalo para el bibliotecario pesos anuales sobre los alquileres de las piezas de la calle, quedando la restante para algunos reparos que se ofrezcan en la casa y para los dependientes que necesiten casa y biblioteca, para aseo y limpieza y para su conservación; pues todo lo que produzca la casa, fuera de la parte ocupada por el bibliotecario y sus dependientes y la misma biblioteca, es mi voluntad que se refunda en su conservación y adelantamiento”.

Dice por su parte Dámaso Antonio Larrañaga en Oficio al Cabildo de Montevideo el 4 de agosto de 1815:

“Hace mucho tiempo Excelentísimo señor que veo con sumo dolor los pocos progresos que hacemos en las ciencias y en los conocimientos útiles, en las artes y literatura, los jóvenes faltos de educación, los artesanos sin reglas ni principios, los labradores dirigidos solamente por una antigua rutina que tanto se opone a los progresos de la Agricultura, base y fundamento el más sólido de las riquezas de este país ¿Y cómo Excelentísimo señor podremos en gran parte remediar estos defectos?”.

“Faltos de maestros en todas estas ramas, y faltos de medios para hacerlos venir de afuera ¿qué otro recurso nos queda que el que nosotros mismos nos formamos? ¿Y no sería ésta una de nuestras mayores glorias, el que no debiésemos nuestra ilustración, sino a nosotros mismos?”

“Los libros, pues Señor son los que deben suplir por todo esto. Los talentos de nuestros americanos son tan privilegiados, que no necesitan sino de buenos libros para salir eminentes en todos los ramos. Pero no pudiendo todos procurárselos por sí mismos por falta de medios y aún de elección, en un país en que son tan escasos y de mucho precio, se hace necesario el establecimiento de una Biblioteca Pública, a donde puedan concurrir nuestros jóvenes y todos los que desean saber”.

“Para ello cuento con casi todos mis libros que ocupan dos grandes estantes, de todo género de literatura, reservando solamente los que me son de uso diario; cuento los de varios amigos que han aplaudido y acalorado mi proyecto; y cuento más que todo con la grande protección de Usted. Nada, pues falta para poder erigir este majestuoso templo a las Artes y Ciencias que el que Usted se digne sellarlo con su aprobación”.

“Por tanto a Usted encarecidamente pido y suplico quiera aprobar este establecimiento y tomado bajo su sabio y eficaz influjo, destinando para su locación un edificio a propósito, en el supuesto que me encargaré gratuitamente de la Dirección de la Biblioteca, a cuyo efecto será conveniente, que para suplir mis veces, se me permita proponer y nombrar un segundo que pueda ayudarme en esta empresa, que tanto debe honrar a Usted y ensalzar la reputación del pueblo en que va a erigirse; dignándose Usted al mismo tiempo de elevar mi súplica al Excelentísimo General en jefe de los Orientales, quien no dudo que devorado por su celo por los adelantamientos de sus paisanos, otorgará su superior beneplácito y proporcionará por su parte todos cuantos medios sean asequibles para la seguridad y permanencia del establecimiento”.

El 12 de agosto de 1815 en su Oficio al Cabildo Gobernador de Montevideo, Artigas señala desde Paysandú:
“Nunca es tan loable el celo de cualquier ciudadano en obsequio de su Patria como cuando es afirmado por votos reales que lo caracterizan. Tal es el diseño que Ustedes me presentan en el venerable cura y Vicario de esa ciudad el Presbítero Don Dámaso Larrañaga. Yo jamás dejaría de poner el sello de mi aprobación a cualquier obra que en su objeto llevase esculpido el título de pública felicidad. Conozco las ventajas de una Biblioteca pública y espero que Usted cooperará con su esfuerzo e influjo a perfeccionarla, coadyuvando los heroicos esfuerzos de tan virtuoso ciudadano. Por mi parte dará Usted las gracias a dicho paisano, protestándole mi más alta cordialidad y cuando depende de mi influjo por el adelantamiento de tan noble empeño”.

“Al efecto y teniendo noticia de una librería que el finado cura Ortiz dejó para la Biblioteca de Buenos Aires Usted, hará las indagaciones competentes, y si aún se halla en esa ciudad, aplíquese de mi orden a la nueva de Montevideo. Igualmente toda la librería que se halle entre los intereses de propiedades extrañas se dedicará a tan importante objeto. Espero que Usted contribuirá con su eficacia a invitar los ánimos de los demás compatriotas a perfeccionarlo y que no desmayará en la empresa hasta verla realizada”.

El 12 de agosto de 815 José Artigas escribía a Don Dámaso Larrañaga:

Señor Don Dámaso Larrañaga:
“Acaba de dirigirme ese Ilustrado Cabildo Gobernador la representación que Usted le ha hecho para el entable de una Biblioteca Pública. Ojalá cada uno de los paisanos propendiese con la misma eficacia a ser útil a su país. Acaso el empeño de Usted sea un estímulo a los demás y esto mismo los empeñe a multiplicar sus afanes en obsequio de la felicidad pública”.
“Con esta fecha digo a ese Gobierno fomente a usted en la posible para el logro de su establecimiento. Yo por mi parte no puedo ser insensible a ese acto de generosidad y por realizarlo cuente Usted con cuanto depende de mis facultades y con la cordialidad que le profesa su apasionado y servidor.
José Artigas 12 de agosto de 1815.

Rafael Algorta Camusso expresa:

“A las diez de la mañana del día 26 de mayo de 1816 estuvieron todas las escuelas guarneciendo las gradas de la pirámide y entonando los himnos de la patria hasta las doce, en cuya hora se dirigió al Excelentísimo Cabildo con su comitiva de ceremonia a autorizar el importante acto de la apertura de la Biblioteca Pública cuya obra a todo empeño se llevó al cabo para hacer más señalado su establecimiento. El salón de la librería ya colocada en magníficos estantes de cedro estaba primorosamente vestido de tapetes y cielo raso, en cuyo centro se veía pintado un hermosísimo sol en el subido punto de su esplendor y en sus extremos figuradas las fases de la luna. Luego que tomaron asiento las autoridades, al señor director del establecimiento, cura vicario general, digno del objeto y de su acreditada erudición, el cual será impreso a la posible brevedad. Los niños de la escuela pública cantaron el himno que sigue formado destinadamente para este efecto:

“Gloria al numen sacro
Del feliz Oriente
Que erige a Minerva
Altar reverente.

Como se puede ver y entender las historias se repiten y tienen sus parecidos y las preguntas también. Cómo puede ser que aquella gente que antes estaban con Artigas ahora a tan solo un año después lo abandonaran y explicaran que su obediencia se debía a que oprimía el vecindario, nombre que le daban refiriéndose a las tropas orientales de la guarnición de la plaza.

Aquella minoría usurpadora de las funciones del cuerpo capitular acogió benévolamente la proposición del Síndico, declarando: “que atento haber desaparecido el tiempo en que la representación del cabildo estaba ultrajada, sus votos despreciados y estrechados a obrar de la manera que la fuerza armada disponía; vejados aún de la misma soldadesca y precisados a dar algunos pasos, que otras circunstancias hubieran excusado debían desplegar los verdaderos sentimientos de que están animados, pidiendo y admitiendo la protección de las armas de Don Juan VI de Portugal que marchaban a la plaza”.

“A fin de confirmar la declaración, fueron comisionados el Aguacil mayor Don Agustín Estrada y el cura vicario Don Dámaso Antonio Larrañaga, para que condujesen un oficio a Lecor ofreciéndole la entrega de la ciudad, bajo la condición de garantir todos los derechos legítimos y laudables usos y costumbres”. “Un oficio igual fue entregado al conde de Viana, comandante de la flota naval bloqueadora por el Síndico Jerónimo Pío Bianqui y el vecino Don Francisco Javier de Viana”.

“Lecor contestó a los diputados de la minoría capitular el mismo 19 de enero de 1817. Por lo relativo a sus propósitos, se remitía a la proclama incluida oportunamente al Gobierno de Buenos Aires en la cual se había declarado ser contra Artigas y no contra la Banda oriental que empleaban las armas portuguesas. Concedió a pedido de los diputados, la subsistencia del cuerpo capitular, ya no con la categoría de Gobernador de la Provincia que le había conferido Artigas, sino como simple autoridad local, y el reconocimiento de los oficiales que se le presentase a su entrada a la plaza, lisonjeados de que el soberano portugués, “cuyas ideas liberales eran conocidas”. Conservaría a los orientales todos sus fueros, privilegios y exenciones, con más “las franquicias comerciales que desde luego entrarían a gozar en común con los demás pueblos del Brasil”

“La minoría capitular enternecida, determinó la entrega de la ciudad, admitiendo la protección que la bondad del imperio portugués ofrecía por medio del Excelentísimo Señor Don Carlos Federico Lecor a estos miserables países desolados por la anarquía en que han sido envueltos por espacio de tres años” y acordó recibir al generalísimo portugués con los honores correspondientes a un Capitán general de Provincia, conduciéndole bajo palio hasta la Iglesia Matriz”.

Hablamos de enero de 1817 y once años después por Ley del 16 de diciembre de 1828 se creaba la bandera azul y blanca con el sol en una esquina llamada desde ese momento el “Pabellón Nacional”.

Artículo único: “El pabellón del Estado, será blanco con nueve listas de color azul celeste horizontales y alternadas, dejando en el ángulo superior del lado del asta, un cuadro blanco en el cual se colocará el sol”.

En 1830 por Ley del 12 de julio el Pabellón Nacional era reformado.
Artículo único: El Pabellón nacional constará de cuatro listas azules en campo blanco, distribuidas con igualdad en su extensión, quedando en lo demás conforme al que establece la ley del 16 de diciembre de 1828.
Ya no se habla del celeste sino solamente del azul de las franjas.

Después según el Decreto de febrero de 1952 el Ministro del Interior en su capítulo dos sobre las Banderas se señala.

Artículo 6º- El pabellón nacional es el adoptado por las leyes de 16 de diciembre de 1828 y 12 de julio de 1830. Sus colores serán blanco, el azul, teniendo el sol, que ocupa el cuadro color oro. La bandera tendrá las siguientes proporciones: el largo y el ancho estarán relacionados de 2 a 2 (artículo 77 del Código Militar y el espacio que contiene el sol, consistirá en un cuadro en la parte superior, junto al asta, que llegará hasta la sexta franja, exclusive, de color azul. La primera franja y la última serán de color blanco. El dibujo del sol consistirá en un círculo radiante, con cara, orlado de diez y seis rayos. El sol tendrá un diámetro de 11/15 del cuadro blanco.

El Argentino Belgrano había creado e izado el 27 de febrero de 1812 en las barrancas del Paraná la bandera azul y blanca; pero no fue consagrada oficialmente como Pabellón de las Provincias Unidas hasta julio de 1816 por el Congreso de Tucumán.

Artigas en cambio había creado en 1815, “La Bandera de los Pueblos Libres”.
...”Entre tanto que las cosas no se solidan, es precisa toda escrupulosidad, y cuando a usted se le ha confiado el cuidado del pueblo, es con la esperanza de que cumpliera su deber. Por lo mismo es necesario que su decisión sea tan declarada como la nuestra. Por lo mismo, la bandera que se ha mandado levantar en los pueblos libres, debe ser uniforme a la nuestra, si es que somos unidos.”

“Buenos Aires hasta aquí ha engañado al mundo entero con sus falsas políticas y dobladas intenciones. Estas han formado siempre la mayor parte de nuestras diferencias internas, y ha dejado de excitar nuestros temores la publicidad con que mantiene enarbolado el pabellón español. Si para disimular este defecto ha hallado el medio de levantar con secreto la bandera azul y blanca, yo he mandado en todos los pueblos libres de aquella opresión que se levante una igual a la de mi Cuartel General, blanca en medio, azul en los dos extremos y en medio de estos unos listones colorados, signo de la distinción de nuestra grandeza, de nuestra decisión por la República, y de la sangre derramada para sostener nuestra libertad e Independencia.
Así lo han jurado estos beneméritos soldados en 3 de enero de este presente año, después que se creyeron asegurados para ver respetables sus virtuosos esfuerzos”.

Cuartel General febrero 4 de 1815 JOSÉ ARTIGAS.

Artigas hallábase en su campamento en los potreros de Arerunguá en Salto, donde fue izada y jurada por primera vez la tricolor bandera Artiguista.
A este acontecimiento se refiere sin duda Artigas cuando en junio 24 de 1816 escribe a Pueyrredón, “Ha más de un año que la Banda Oriental enarboló su estandarte tricolor y juró su independencia absoluta y respectiva”.

EL ÉXODO DE LOS ORIENTALES.

Como se puede ver y entender las historias se repiten y tienen sus parecidos y las preguntas también. Cómo puede ser que aquella gente que antes estaban con Artigas ahora a tan solo un año después lo abandonaran y explicaran que su obediencia se debía a que oprimía el vecindario, nombre que le daban refiriéndose a las tropas orientales de la guarnición de la plaza.

Aquella minoría usurpadora de las funciones del cuerpo capitular acogió benévolamente la proposición del Síndico, declarando: “que atento haber desaparecido el tiempo en que la representación del cabildo estaba ultrajada, sus votos despreciados y estrechados a obrar de la manera que la fuerza armada disponía; vejados aún de la misma soldadesca y precisados a dar algunos pasos, que otras circunstancias hubieran excusado debían desplegar los verdaderos sentimientos de que están animados, pidiendo y admitiendo la protección de las armas de Don Juan VI de Portugal que marchaban a la plaza”.

“A fin de confirmar la declaración, fueron comisionados el Aguacil mayor Don Agustín Estrada y el cura vicario Don Dámaso Antonio Larrañaga, para que condujesen un oficio a Lecor ofreciéndole la entrega de la ciudad, bajo la condición de garantir todos los derechos legítimos y laudables usos y costumbres”. “Un oficio igual fue entregado al conde de Viana, comandante de la flota naval bloqueadora por el Síndico Jerónimo Pío Bianqui y el vecino Don Francisco Javier de Viana”.

“Lecor contestó a los diputados de la minoría capitular el mismo 19 de enero de 1817. Por lo relativo a sus propósitos, se remitía a la proclama incluida oportunamente al Gobierno de Buenos Aires en la cual se había declarado ser contra Artigas y no contra la Banda oriental que empleaban las armas portuguesas. Concedió a pedido de los diputados, la subsistencia del cuerpo capitular, ya no con la categoría de Gobernador de la Provincia que le había conferido Artigas, sino como simple autoridad local, y el reconocimiento de los oficiales que se le presentase a su entrada a la plaza, lisonjeados de que el soberano portugués, “cuyas ideas liberales eran conocidas”. Conservaría a los orientales todos sus fueros, privilegios y exenciones, con más “las franquicias comerciales que desde luego entrarían a gozar en común con los demás pueblos del Brasil”

“La minoría capitular enternecida, determinó la entrega de la ciudad, admitiendo la protección que la bondad del imperio portugués ofrecía por medio del Excelentísimo Señor Don Carlos Federico Lecor a estos miserables países desolados por la anarquía en que han sido envueltos por espacio de tres años” y acordó recibir al generalísimo portugués con los honores correspondientes a un Capitán general de Provincia, conduciéndole bajo palio hasta la Iglesia Matriz”.

Hablamos de enero de 1817 y once años después por Ley del 16 de diciembre de 1828 se creaba la bandera azul y blanca con el sol en una esquina llamada desde ese momento el “Pabellón Nacional”.

Artículo único: “El pabellón del Estado, será blanco con nueve listas de color azul celeste horizontales y alternadas, dejando en el ángulo superior del lado del asta, un cuadro blanco en el cual se colocará el sol”.

En 1830 por Ley del 12 de julio el Pabellón Nacional era reformado.
Artículo único: El Pabellón nacional constará de cuatro listas azules en campo blanco, distribuidas con igualdad en su extensión, quedando en lo demás conforme al que establece la ley del 16 de diciembre de 1828.
Ya no se habla del celeste sino solamente del azul de las franjas.

Después según el Decreto de febrero de 1952 el Ministro del Interior en su capítulo dos sobre las Banderas se señala.

Artículo 6º- El pabellón nacional es el adoptado por las leyes de 16 de diciembre de 1828 y 12 de julio de 1830. Sus colores serán blanco, el azul, teniendo el sol, que ocupa el cuadro color oro. La bandera tendrá las siguientes proporciones: el largo y el ancho estarán relacionados de 2 a 2 (artículo 77 del Código Militar y el espacio que contiene el sol, consistirá en un cuadro en la parte superior, junto al asta, que llegará hasta la sexta franja, exclusive, de color azul. La primera franja y la última serán de color blanco. El dibujo del sol consistirá en un círculo radiante, con cara, orlado de diez y seis rayos. El sol tendrá un diámetro de 11/15 del cuadro blanco.

El Argentino Belgrano había creado e izado el 27 de febrero de 1812 en las barrancas del Paraná la bandera azul y blanca; pero no fue consagrada oficialmente como Pabellón de las Provincias Unidas hasta julio de 1816 por el Congreso de Tucumán.

Artigas en cambio había creado en 1815, “La Bandera de los Pueblos Libres”.
...”Entre tanto que las cosas no se solidan, es precisa toda escrupulosidad, y cuando a usted se le ha confiado el cuidado del pueblo, es con la esperanza de que cumpliera su deber. Por lo mismo es necesario que su decisión sea tan declarada como la nuestra. Por lo mismo, la bandera que se ha mandado levantar en los pueblos libres, debe ser uniforme a la nuestra, si es que somos unidos.”

“Buenos Aires hasta aquí ha engañado al mundo entero con sus falsas políticas y dobladas intenciones. Estas han formado siempre la mayor parte de nuestras diferencias internas, y ha dejado de excitar nuestros temores la publicidad con que mantiene enarbolado el pabellón español. Si para disimular este defecto ha hallado el medio de levantar con secreto la bandera azul y blanca, yo he mandado en todos los pueblos libres de aquella opresión que se levante una igual a la de mi Cuartel General, blanca en medio, azul en los dos extremos y en medio de estos unos listones colorados, signo de la distinción de nuestra grandeza, de nuestra decisión por la República, y de la sangre derramada para sostener nuestra libertad e Independencia.
Así lo han jurado estos beneméritos soldados en 3 de enero de este presente año, después que se creyeron asegurados para ver respetables sus virtuosos esfuerzos”.

Cuartel General febrero 4 de 1815 JOSÉ ARTIGAS.

Artigas hallábase en su campamento en los potreros de Arerunguá en Salto, donde fue izada y jurada por primera vez la tricolor bandera Artiguista.
A este acontecimiento se refiere sin duda Artigas cuando en junio 24 de 1816 escribe a Pueyrredón, “Ha más de un año que la Banda Oriental enarboló su estandarte tricolor y juró su independencia absoluta y respectiva”.

Como se puede ver y entender las historias se repiten y tienen sus parecidos y las preguntas también. Cómo puede ser que aquella gente que antes estaban con Artigas ahora a tan solo un año después lo abandonaran y explicaran que su obediencia se debía a que oprimía el vecindario, nombre que le daban refiriéndose a las tropas orientales de la guarnición de la plaza.

Aquella minoría usurpadora de las funciones del cuerpo capitular acogió benévolamente la proposición del Síndico, declarando: “que atento haber desaparecido el tiempo en que la representación del cabildo estaba ultrajada, sus votos despreciados y estrechados a obrar de la manera que la fuerza armada disponía; vejados aún de la misma soldadesca y precisados a dar algunos pasos, que otras circunstancias hubieran excusado debían desplegar los verdaderos sentimientos de que están animados, pidiendo y admitiendo la protección de las armas de Don Juan VI de Portugal que marchaban a la plaza”.

“A fin de confirmar la declaración, fueron comisionados el Aguacil mayor Don Agustín Estrada y el cura vicario Don Dámaso Antonio Larrañaga, para que condujesen un oficio a Lecor ofreciéndole la entrega de la ciudad, bajo la condición de garantir todos los derechos legítimos y laudables usos y costumbres”. “Un oficio igual fue entregado al conde de Viana, comandante de la flota naval bloqueadora por el Síndico Jerónimo Pío Bianqui y el vecino Don Francisco Javier de Viana”.

“Lecor contestó a los diputados de la minoría capitular el mismo 19 de enero de 1817. Por lo relativo a sus propósitos, se remitía a la proclama incluida oportunamente al Gobierno de Buenos Aires en la cual se había declarado ser contra Artigas y no contra la Banda oriental que empleaban las armas portuguesas. Concedió a pedido de los diputados, la subsistencia del cuerpo capitular, ya no con la categoría de Gobernador de la Provincia que le había conferido Artigas, sino como simple autoridad local, y el reconocimiento de los oficiales que se le presentase a su entrada a la plaza, lisonjeados de que el soberano portugués, “cuyas ideas liberales eran conocidas”. Conservaría a los orientales todos sus fueros, privilegios y exenciones, con más “las franquicias comerciales que desde luego entrarían a gozar en común con los demás pueblos del Brasil”

“La minoría capitular enternecida, determinó la entrega de la ciudad, admitiendo la protección que la bondad del imperio portugués ofrecía por medio del Excelentísimo Señor Don Carlos Federico Lecor a estos miserables países desolados por la anarquía en que han sido envueltos por espacio de tres años” y acordó recibir al generalísimo portugués con los honores correspondientes a un Capitán general de Provincia, conduciéndole bajo palio hasta la Iglesia Matriz”.

Hablamos de enero de 1817 y once años después por Ley del 16 de diciembre de 1828 se creaba la bandera azul y blanca con el sol en una esquina llamada desde ese momento el “Pabellón Nacional”.

Artículo único: “El pabellón del Estado, será blanco con nueve listas de color azul celeste horizontales y alternadas, dejando en el ángulo superior del lado del asta, un cuadro blanco en el cual se colocará el sol”.

En 1830 por Ley del 12 de julio el Pabellón Nacional era reformado.
Artículo único: El Pabellón nacional constará de cuatro listas azules en campo blanco, distribuidas con igualdad en su extensión, quedando en lo demás conforme al que establece la ley del 16 de diciembre de 1828.
Ya no se habla del celeste sino solamente del azul de las franjas.

Después según el Decreto de febrero de 1952 el Ministro del Interior en su capítulo dos sobre las Banderas se señala.

Artículo 6º- El pabellón nacional es el adoptado por las leyes de 16 de diciembre de 1828 y 12 de julio de 1830. Sus colores serán blanco, el azul, teniendo el sol, que ocupa el cuadro color oro. La bandera tendrá las siguientes proporciones: el largo y el ancho estarán relacionados de 2 a 2 (artículo 77 del Código Militar y el espacio que contiene el sol, consistirá en un cuadro en la parte superior, junto al asta, que llegará hasta la sexta franja, exclusive, de color azul. La primera franja y la última serán de color blanco. El dibujo del sol consistirá en un círculo radiante, con cara, orlado de diez y seis rayos. El sol tendrá un diámetro de 11/15 del cuadro blanco.

El Argentino Belgrano había creado e izado el 27 de febrero de 1812 en las barrancas del Paraná la bandera azul y blanca; pero no fue consagrada oficialmente como Pabellón de las Provincias Unidas hasta julio de 1816 por el Congreso de Tucumán.

Artigas en cambio había creado en 1815, “La Bandera de los Pueblos Libres”.
...”Entre tanto que las cosas no se solidan, es precisa toda escrupulosidad, y cuando a usted se le ha confiado el cuidado del pueblo, es con la esperanza de que cumpliera su deber. Por lo mismo es necesario que su decisión sea tan declarada como la nuestra. Por lo mismo, la bandera que se ha mandado levantar en los pueblos libres, debe ser uniforme a la nuestra, si es que somos unidos.”

“Buenos Aires hasta aquí ha engañado al mundo entero con sus falsas políticas y dobladas intenciones. Estas han formado siempre la mayor parte de nuestras diferencias internas, y ha dejado de excitar nuestros temores la publicidad con que mantiene enarbolado el pabellón español. Si para disimular este defecto ha hallado el medio de levantar con secreto la bandera azul y blanca, yo he mandado en todos los pueblos libres de aquella opresión que se levante una igual a la de mi Cuartel General, blanca en medio, azul en los dos extremos y en medio de estos unos listones colorados, signo de la distinción de nuestra grandeza, de nuestra decisión por la República, y de la sangre derramada para sostener nuestra libertad e Independencia.
Así lo han jurado estos beneméritos soldados en 3 de enero de este presente año, después que se creyeron asegurados para ver respetables sus virtuosos esfuerzos”.

Cuartel General febrero 4 de 1815 JOSÉ ARTIGAS.

Artigas hallábase en su campamento en los potreros de Arerunguá en Salto, donde fue izada y jurada por primera vez la tricolor bandera Artiguista.
A este acontecimiento se refiere sin duda Artigas cuando en junio 24 de 1816 escribe a Pueyrredón, “Ha más de un año que la Banda Oriental enarboló su estandarte tricolor y juró su independencia absoluta y respectiva”.
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