martes, 26 de junio de 2007

LA REINA Y TONY BLAIR.


La Reina y Tony Blair.

A pesar del debate que surgió sobre las relaciones del primer ministro saliente y la reina Isabel II, todo indica que ambos colaboraron para asegurar una cohabitación tranquila.

26 Junio Mientras que Tony Blair debe dejar el poder mañana, un debate se abrió sobre las relaciones entre el primer ministro y la reina Isabel II. De creer al Sunday Telegraph, la soberana ha sido muy crítica frente a la política de una década de gobierno laborista, considerada perjudicial a los intereses de la vida rural. Esta monarca, que nunca es tan feliz, sonriente y distendida como en la campiña, comparte con los hidalgos de provincia el gusto por el aire libre, el amor a los perros, los caballos y la caza. Según el semanario dominical que cita fuentes “dignas de fe”, la prohibición de la caza de montería, el fin de la presencia en la Cámara de los Lores de los cargos hereditarios, que cuentan con numerosos propietarios de tierras, y las raquiticas indemnizaciones de los ganaderos víctimas de la fiebre aftosa ha sido muy deplorado por la casa real. Según el diario, a los ojos del jefe de Estado, esas medidas laboristas hablan a las claras de un tropismo citadino, incluso de la guerra de clases.No obstante, a pesar de estos intentos por teñir la imagen del primer ministro saliente, las informaciones del semanario parecen erróneas. Tanto con Tony Blair como con sus predecesores, la soberana siguió siendo fiel a la definición de sus poderes según los reseñó un periodista del siglo XX, Walter Bagehot, en un máxima que ha pasado a la posteridad, “formular advertencias, dar aliento y consejos”.En 55 años de reinado, la monarca ha vigilado escrupulosamente el no inmiscuirse en los asuntos del gobierno, haciendo conocer su posición tanto en público como a sus consejeros. Además, nunca nada ha sido filtrado del encuentro semanal entre la reina como jefe de Estado y los locatarios del 10 Downing Street.“La reina no es de izquierda ni de derecha. Ella pone a todos los políticos en el mismo saco.” Del testimonio de Edward Fox, consejero en Buckingham entre 1952 y 1967, es posible dibujar el perfil de una monarca de sensibilidad centrista, pragmática, que prefiere el consenso a la polarización. Es por ello tal vez que, secretamente, la reina debió felicitarse del triunfo de Tony Blair en 1997 y del retorno a la alternancia después de 18 años de poder conservador. El nuevo primer ministro nació un mes antes de su coronación y trae un aire de renovación que no la deja indiferente.Por otro lado, la monarca ha compartido grosso modo el programa laborista en materia de política exterior: Gran Bretaña “en el corazón de Europa”, el mantenimiento de la relación especial con Estados Unidos, el aumento de la ayuda a África y la defensa del medio ambiente. Es de suponer también que la comandante en jefe de las Fuerzas Armadas haya apoyado la guerra en Irak.En cambio, los proyectos de política interior del nuevo equipo no han suscitado su entusiasmo. Sus temores de que el nuevo laborismo de Blair, conservador en el plano económico a fin de no golpear a la clase media, no se mostrara radical en el plano institucional para conservar el apoyo de su base popular fueron justificados. El laborismo debilitó el poder central, del cual la reina es la garante, creando un Parlamento escocés y una Asamblea de Gales. La política de liberación de los muros, en particular el matrimonio gay, cayó mal a las fuertes convicciones religiosas de la gobernadora suprema de la Iglesia anglicana.Durante su primer mandato laborista, entre 1997 y 2001, la hiperactividad del nuevo gobierno, su manipulación de los medios y su voluntad de sacudir el viejo orden conservador debieron irritar a la soberana. El escándalo de la venta de títulos nobiliarios otorgados, en su nombre, a mecenas del Partido Laborista sólo pudo disgustar a la reina. “El objetivo de Blair, ella lo comprendió desde el comienzo, fue, vía las reformas, preservar la cabeza separándola del cuerpo. En efecto, el gobierno cortó el cordón umbilical entre la monarquía, la aristocracia y el Partido Conservador”, subrayó un ex ministro laborista ante simpatizantes republicanos.Por añadidura, Isabel II no ha dejado de desconfiar de la temible Cherie Blair, abogada de alto nivel, católica congénita, muy a la izquierda para su gusto. Pero ella nunca hizo públicas oficialmente sus eventuales reticencias, ya que eso supondría salir de su rol. En efecto, lo importante en el ánimo de la reina es que Tony Blair, hijo de un tory (conservador) 100 por ciento, frecuentó la mejor escuela privada escocesa antes de ir a estudiar derecho a Oxford. Además, este abogado de formación ha combatido a la extrema izquierda antimonárquica de su partido. Y la reina, como mujer de orden, no pudo más que aplaudir la campaña de ese padre de familia en los acentos morales, defensor de la autoridad parental contra las incivilidades o la pequeña delincuencia. Todo indica que en el plano personal, la corriente fluyó entre ellos. Tony Blair es afable y cortés sin ser adulón. Por su lado, Isabel II es una persona no impositiva, ponderada, que tiene el sentido de la escucha. La reina prefiere igualmente trabajar con los hombres, como lo demuestran sus tensas relaciones con la ex primera ministra conservadora, Margaret Thatcher (apodada en su momento la Dama de Hierro). Es por esto que la escena del filme The Queen en la cual la anfitriona del Palacio de Buckingham llama al órden a su joven y entusiasta primer ministro no corresponde a la realidad histórica. Tampoco pudo demostrarse la adhesión Tony Blair al trono.El primer ministro salió al rescate de la Corona a la deriva a raíz de la muerte de la princesa Diana, el 31 de agosto de 1997, tres meses después, solamente, de su triunfo en las urnas. A todo lo largo de sus tres mandatos, el palacio y Downing Street colaboraron fácilmente para asegurar una cohabitación tranquila. El hecho de que el jefe de gabinete de Tony Blair, Jonathan Powell, y el secretario particular de la reina, Robin Janvrin, hayan salido del mismo molde, el Foreign Office, evitó las cuestiones de ego, de territorio y de otros piques burocráticos. ¿Ocurrirá lo mismo con los consejeros de Gordon Brown? Algunos lo dudan.Uno de los consejeros más escuchados del primer ministro saliente, Alastair Campbell, reveló la importancia que tenía para el primer ministro su cita semanal con la monarca: “Es en efecto la única persona de la cual él está seguro que no revelará ningún secreto a la prensa”.Tony Blair nunca confió a su entorno sus conversaciones en Palacio. Ni siquiera en 1999, cuando el primer ministro habló con la soberana de la organización del Júbilo real de 2002, y esta última le retrucó en un tono afectado: “Es mi Júbilo, señor Blair.” 2007.


© Le Monde
Marc Roche/Londreshttp://www.milenio.com

Fuente:MILENIO La Aldea

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